Diario de Lecturas #1
◑ Febrero-Marzo'24
Bienvenida a la primera entrega del Diario de Lecturas de la Portavoz de la Sociedad Lectoescritora. Deseo que encuentres aquí inspiración para tus próximas elecciones o, si no coincidimos, una guía para saber de qué huir ;) Vamos allá.
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El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, Tatiana Tibuleac
Lo había visto en todas partes nombrado cientos de veces, lo había ojeado en las librerías, no estaba segura. El día correcto, lo intenté y sí. Una historia de personajes con una mirada poética que se va desplegando en cada página para hacerse más y más grande, más y más compleja. Aunque en realidad solo sean dos: él y su madre.
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La abadía de Northanger, Jane Austen
Estoy poco a poco enmendando mi situación de no-lectora-de-clásicos, así que irás viendo de vez en cuando apariciones como esta. No pasará a los anales de mi historia, por más que la perspicacia de Austen y su estilo narrativo suelto y resultón es muy de agradecer escriba lo que escriba.
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Las bragas al sol, Regina Rodríguez Sirvent
Lo acabé porque era una propuesta del club de lectura del colegio, y no es que esté mal, porque mal no está, es entretenido y tienes ganas de saber cómo termina y hay emociones de todo tipo, pero siempre tengo la misma sensación al cerrar este estilo de libros: ¿y qué? ¿con qué me quedo yo ahora? Creo que me distraigo y aprendo más viendo a las Kardashian (al menos encuentro una cuestión existencialista detrás, aunque ellas no lo pretendan).
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Plantéate esto, Chuck Palahniuk
No soy lectora de Palahniuk pero quería ver su forma de enfrentarse a la escritura, y aunque subrayé un poco, no llegué a conectar demasiado con él ni con sus anécdotas. Ya lo mencioné en Oye Deb hace meses, pero antes me quedo, de calle, con los consejos de Colum McCann.
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Mi vida querida, Alice Munro
No suelo leer cuentos, el formato corto no me atrapa por lo general, pero quería leer a Alice Munro porque su manera de contar las cosas sí me atrapa, y las sensaciones de sus protagonistas sí me interpelan, y las situaciones sí me remueven. El de las hermanas y la balsa, por favor. Por favor.
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Matrix, Lauren Groff
Este acabé metiéndolo, sin esperarlo, en uno de los Anexos de la Sociedad porque venía muy a cuento, pero lo leí sin saber apenas nada y lo encontré fantástico. Es que a mí todo lo que sean monjas me gusta, no sabría decir por qué. La imagen del momento en que Marie llega a la abadía aún me pone los pelos de punta.
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Matrioskas, Marta Carnicero
Otra elección del club de lectura del cole, en abril nos encontraremos con la autora. Es durillo, sí, y no creo que pretenda ser redentor pero de algún modo lo es porque la vida también suele serlo. Pero deja mal cuerpo y hace pensar con fastidio sobre la pérdida de humanidad de los hombres (género masculino) en las guerras sin ser un libro ni denso ni oscuro ni triste: tan sólo real.
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Mendel el de los libros, Stefan Zweig
En mi saquito de los clásicos voy tirando de novelas cortas (aunque a Zweig ya lo había leído antes, en la uni). Mendel es una criatura especial, prácticamente un idiot savant, que se sienta día tras día en la misma mesa del mismo café de Viena, hasta que, de nuevo, la guerra... en fin, no spoilers —a mí no me molestan pero sé que a muchas sí—. Lo que más me gusta de Zweig es cómo te mete en las narraciones entrando siempre por un lugar inesperado, por un lateral, como por una ventana fortuita que se abre sin previo aviso.
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Las tareas de casa y otros ensayos, Natalia Ginzburg
Hay piezas hermosísimas, por llanas y sencillas, en esta colección, pero no puedo obviar la que habla del pueblo de Dickinson, y en consecuencia, de ella:
❝ Nunca soñaremos con escribir versos toda la vida sin publicarlos. Estamos siempre ansiosos de editar cualquier cosa que escribimos. No por amor a la gloria, pero sí por la secreta esperanza de que alguien, nuestro interlocutor ideal, recoja nuestra voz desde las profundidades del universo y nos responda. Y tal vez, si Dickinson pasara por nuestro lado, no sabríamos reconocerla. ¿Cómo reconocer el genio y la grandeza en una solterona vestida de blanco que va de paseo en compañía de un perro? Nos parecería extravagante, y nosotros no amamos la extravagancia: amamos la locura. La locura no susurra, grita, y viste colores brillantes y prendas excéntricas e inusitadas. Es cierto que quizá ninguno de sus contemporáneos la reconoció. Pero sus contemporáneos no estaban allí con los prismáticos a punto, no tenían prismáticos. Deben de haber sentido, sin embargo, al pasar por su lado, un escalofrío profundo, porque la furia del mar embiste y convulsiona incluso los guijarros de los caminos y la hierba de los pantanos. Quién sabe si nosotros seremos capaces de notar una sensación semejante. Quizá no. No la habríamos reconocido. Ni siquiera la habríamos visto. Insatisfechos, llenos de piedad por nosotros mismos, somos escépticos e incrédulos ante todo lo que ocurre, en sucesos cotidianos y de provincias, cerca de nosotros. En sus versos jamás asoma la piedad por sí misma. Tampoco hay ecos de nostalgia o de melancolía, del deseo o las lágrimas por otra suerte. Nunca hay lágrimas. La suya es una afirmación de soledad voluntaria, inexorable y trágica.
De haberlo leído antes lo hubiera metido en el Anexo donde hablamos de Emily Dickinson. Lástima. Apunta, Socia.
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Te recuerdo que en este listado no entran los libros que leo para los Salones de la Sociedad (que las Socias encontrarán en las bibliografías), ni tampoco los muchísimos que dejo a medias.
Hasta la próxima ocasión —más o menos dentro de un mes— me despido con un abrazo,
Portavoz Sociedad Lectoescritora
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